A través de las imágenes de pequeños elementos lúdicos que se recortan sobre escenarios vagamente reconocibles, esta serie de Diego Velazco es un fresco de cinco piezas de refinada introspección. Detrás de un tenue vele, el espacio escénico del creador ancla los personajes-objeto en un mundo estético y reflexivo. La transparencia atmosférica contrasta con la nitidez del elemento protagónico.
La composición de esta serie tiene una marcada centralidad geométrica de los elementos armonizados a partir de un eje vertical simétrico que ordena la composición en forma clásica. Las formas tienen el encanto del juguete. Lo lúdico de la infancia, el soñar / prever / proyectar del Homo Ludens que todos somos está presente en este mundo que lo lega de su propia infancia y juventud a sus hijos como una herencia de esa Arcadia perdida.
Héroes de una lejana adolescencia: Tintín con su Fusée y Astérix son íconos de la infancia y juventud, en que el ensueño aventurero aún convive con las fantasías de las nuevas generaciones. Un robot de madera como elemento de magia y bienaventuranza recortado sobre los vaporosos fondos, como amarra entre tiempos diferentes. El pensamiento mágico está siempre presente.
Este juego de evocaciones entrelaza un Palacio Salvo, un conjunto de viviendas de corte racional, frente al Río de la Plata con palmeras al que el propio Velazco llama Jardín de los plumeros.
Más allá de todo esto, Velazco otorga a esta serie la atracción sólida de la belleza del blanco y negro; lenguaje infinito e insondable que genera esa distancia entre los colores y los valores, lleno de información de detalles donde la seducción cromática no nos contamina sino que nos da acceso a otro universo visual.
La técnica utilizada en esta acotada serie es una doble exposición en un rollo fotográfico. Trabajo analógico de quien labora con la artesanía de la fotografía como siempre bella y minuciosa, logrando el engarce del trabajo demiúrgico del laboratorio y el milagro del revelado y, por qué no, revivir el juego iniciático de maravillarse ante la propia creación.
Enrique Badaró, 2015.